Artículo escrito por Mariela Kaddour compartido a través de SIETAR Argentina.
Otro mundial acaba de partir. Dentro de un marco deportivo, en este caso, permanentemente se mostraron imágenes de tantas culturas entrelazadas. La interculturalidad cobro vida plena y se presentó ante nuestros ojos en “vivo y en directo” durante un mes.
Sin embargo, todos sabemos que la interculturalidad no sólo se da cada cuatro años. Muchos la vivimos casi en forma cotidiana de distintas maneras y en distintos escenarios Hoy en día, son muchas las oportunidades y los contextos que nos brindan la posibilidad de disfrutar de un diálogo intercultural también permanente: ámbitos laborales, educativos, familiares, sociales. Las nuevas tecnologías, además, nos permiten conectarnos globalmente todo el tiempo. Aquellos que contamos con las herramientas tecnológicas necesarias hasta «traspasamos» fronteras sin salir siquiera de nuestros hogares.
Ahora bien, ¿Estamos realmente preparados para «vivir» el diálogo intercultural? ¿Sabemos “comunicarnos” y “comprendernos” entre culturas o necesitamos formarnos en la interculturalidad? De ser así, en que momento deberíamos iniciar el proceso de aprendizaje intercultural? Cuándo tendríamos que comenzar a «prepararnos»?
Muchos interrogantes que nos invitan a reflexionar. Las respuestas pueden ser tan amplias como diversas las miradas. Sin embargo, existe una realidad indiscutible: el hecho de que, en los últimos años, los estudios interculturales han ganado espacio en función de las necesidades de este siglo: profesionales y estudiantes globales, familiares y amigos que se convierten en “ciudadanos del mundo”, …
El Impacto de la transculturalidad hace que constantemente exista esa búsqueda de flexibilidad mental, de apertura y de sensibilidad cultural para saber y poder adaptarnos cuando diferentes culturas se dan la mano; para comprender, respetar y valorar la «totalidad” inherente a toda cultura, desde lo «observable» hasta esos otros aspectos que no vemos a simple vista sino que vamos descubriendo a medida que nos adentramos en su iceberg.
Si nos educamos en la interculturalidad, iremos encontrando diferencias y aprendiendo de ellas, las entenderemos mejor y, así, iremos derribando barreras interculturales, desdibujando prejuicios, quitando el “velo anestesiante” a estereotipos e imágenes cristalizadas y abriendo las puertas a ese diálogo fluido entre culturas que buscamos.
Cuando nos educamos en la interculturalidad, permitimos que nos enriquezcan y nos enriquecemos, que nos descubran y, a su vez, descubrimos y nos descubrimos e iluminamos otras miradas, las que, a su vez, iluminan la nuestra.
Cuando nos educamos en la interculturalidad, ayudamos a tender puentes para lograr un mundo mejor vinculado, con lazos que nos hermanen y, al mismo tiempo, hacemos que nuestro mundo alcance mayor trascendencia y dimensión.
De hecho, a medida que logramos traspasar fronteras interculturales ¿acaso no traspasamos también nuestros propios límites, nuestras propias diversidades y fronteras y vamos reconstruyendo nuestra identidad?
Alumbremos, entonces, nuestro aprendizaje intercultural e iniciemos ese “camino del interculturalista” que nos hará recorrer lugares increíbles, encontrar espacios y personas que nos iluminarán en la diversidad y puntos de apoyo que nos fortalecerán y harán que contemos con más herramientas cuando se nos presenten el desafío y la aventura de convivir con diferentes culturas.
No esperemos a otro mundial para iniciar el trayecto de ese camino. Tratemos de darnos la oportunidad de recorrerlo pronto. Nos sorprenderemos a cada paso.
Mariela Kaddour